No sé como ni porqué, pero si sé cuando. Cuando dejamos de querernos con facilidad y rapidez, cuando mi perfume no significaba nada para tu respiración lenta y cuando tu mirada era insignificante para mi visión nocturna.
Me había cansado de esperarte. Sí, esperarte. Noches enteras mirando la tele, esperando a que tu sombra apareciese en mi apartamento, condensado por tu olor a whisky.
Los años te cargaban el doble en la espalda, o mejor dicho, en la sien.
Yo me cansé de esperar, pero tú de ser esperado. Te aterraba la idea de tener a alguien ahí, sentada en el sofá y observando el reloj con agonía, por si habías tenido algún accidente relacionado con tu coche y cinco cubatas. No te gustaban las familias, los niños, la compañía. Y aún con todo eso, dejaste que entrara en tu vida, encerrada entre cuatro paredes no salí hasta hace unos diecisiete días.
Diecidisete días de ruptura con sabor a tabaco. No había charla nuestra que no estuviese invitado ese olor a Malboro recién sacado de tu boca.
Aquella noche final, donde acabó nuestra pequeña unión, la luna parecía más bonita que nunca. Se me hace difícil pensar que no se alegrara de nuestra ruptura, hasta yo me alegraba.
Me echaste en cara tus motivos ridículos y yo simplemente miraba la luna. Puta y perfecta luna, siempre tan brillante aun estando sola, sola.
Me levanté dejándote con la palabra en la boca y me dirigí al lavabo. Sentí el impulso de pintarme los labios color rojo cereza y salí de allí. Agarré mi abrigo negro y dejándote con cara de arrogancia, me liberé de esas cuatro paredes.
Necesitaba brillar.
Necesitaba brillar como ella.
Luna.
Ahora aquí me ves, tomándome un café conmigo misma. Disfrutando de la madrugada. Del amanecer despierto.
El alcohol de tu vaso no sabrá como curarte las heridas.
Y tú elegiste seguir llenándolas, con un poco de hielo.
Me había cansado de esperarte. Sí, esperarte. Noches enteras mirando la tele, esperando a que tu sombra apareciese en mi apartamento, condensado por tu olor a whisky.
Los años te cargaban el doble en la espalda, o mejor dicho, en la sien.
Yo me cansé de esperar, pero tú de ser esperado. Te aterraba la idea de tener a alguien ahí, sentada en el sofá y observando el reloj con agonía, por si habías tenido algún accidente relacionado con tu coche y cinco cubatas. No te gustaban las familias, los niños, la compañía. Y aún con todo eso, dejaste que entrara en tu vida, encerrada entre cuatro paredes no salí hasta hace unos diecisiete días.
Diecidisete días de ruptura con sabor a tabaco. No había charla nuestra que no estuviese invitado ese olor a Malboro recién sacado de tu boca.
Aquella noche final, donde acabó nuestra pequeña unión, la luna parecía más bonita que nunca. Se me hace difícil pensar que no se alegrara de nuestra ruptura, hasta yo me alegraba.
Me echaste en cara tus motivos ridículos y yo simplemente miraba la luna. Puta y perfecta luna, siempre tan brillante aun estando sola, sola.
Me levanté dejándote con la palabra en la boca y me dirigí al lavabo. Sentí el impulso de pintarme los labios color rojo cereza y salí de allí. Agarré mi abrigo negro y dejándote con cara de arrogancia, me liberé de esas cuatro paredes.
Necesitaba brillar.
Necesitaba brillar como ella.
Luna.
Ahora aquí me ves, tomándome un café conmigo misma. Disfrutando de la madrugada. Del amanecer despierto.
El alcohol de tu vaso no sabrá como curarte las heridas.
Y tú elegiste seguir llenándolas, con un poco de hielo.
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