Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de enero, 2014

Recuerdo.

No me acuerdo de tu tacto.  No me acuerdo de tu olor ni de tu aroma. Tampoco recuerdo tu voz ni tu sinfonía. Todo se esfumó. No me acuerdo de esos ojos tristes que de tantas ocasiones delataban dolor.  He olvidado todo lo que decías antes de dormir. Todos tus 'te quiero' mal formulados día tras día. Noche tras amanecer.  A diferencia de aquellas noches frías, esta, no tengo absolutamente nada que decir. Te tengo delante, a 15 centímetros. Mirándome fijamente. Repasando todo lo que se te había olvidado de mi durante tanto tiempo, sin coincidir o sin vernos como simples ausencias.  Esta noche mi alma está muda. Está enmudecida por mis más sinceras y discretas tristezas. Tanto escondido y tanto guardado, que a la hora de recordar lo que había encajonado, es una ciencia no exacta saberlo.  Olvidé tus besos. Esos que con tanta ternura nos dábamos. Triste. Muy triste que no recuerde.  Solo en un momento del día soy capaz de hacerlo. A la noche, mis ojos se cierran, y mi

Pude hacer que fuésemos uno.

Pude hacer que tus defectos se unieran a los míos. Pude conseguir que tu aliento chocase contra el mío fundiéndolos el uno con el otro. Rocé el cielo contigo, incluso creo que llegamos a la luna juntos, y sí, es cierto, el trayecto se me hizo muy corto, te quiero más que eso.  Pude hacer que tus manos encajasen a la perfección con las mías. Que tus sábanas necesitasen mi aroma. Que tu pelo revuelto quisiera que mis caricias lo calmasen. Y no solo acaricié tu pelo, llegué a  acariciar tu alma. Eso sí, con la mano izquierda. Con la derecha era mucho pedir. Sintiendo tus llantos silenciosos. Esos que nadie conocía. Esos que nadie escuchaba. Busqué en ellos respuestas a porqué tu vida era una gran mentira. Una farsa envuelta en papel maché. Envuelta en sonrisas falsas y provocadas por años de práctica. Tú y tu capucha inmersa de nostalgia. La verdad, pude conseguir cosas que otras jamás consiguieron. Quizás no fui la mejor en nada de lo que te ofrecí, pero sí fui única en todos lo

En silencio.

Mirando hacia mi ventana pensé. Necesitaba hablar con alguien. Bueno, en realidad, no con cualquiera, necesitaba hablar contigo. Necesitaba que tu voz pausada y suave calmase mi dolor interior. Los puntos débiles que solo tú conocías. Ansiaba que tu sinfonía me consolase y me secase a distancia las lágrimas transparentes que caían, resbaladizas sobre mis mejillas. Siempre creí que debía aguantar que cayeran, porque sabía, que si caía una, todas las demás vendrían poco después. Asomándose y quebrando mi respiración y mi aliento. La calle estaba desierta. Tanto como mi memoria. El frío se apoderó de mi cuerpo, y la niebla de mi visión nocturna. El teléfono no sonó, ni cinco minutos después, ni veinte.  No escuché nunca la llamada, la famosa llamada. De hecho sufrí en silencio. Y nadie de los que supuse que estarían estuvieron.  Creces y las personas se esfuman. Desaparecen con el aire. Con el viento. Con el tiempo. Ya nada vuelve a ser lo que era, lo que un día fue y sentimos.

Miré mi cigarro.

Miré el humo de mi cigarro. Se esparcía por el aire como tu sonrisa. Me acordé cuando me decías que no fumase. De hecho me fulminabas con la mirada cuando daba por accidente una calada. Pequeños detalles que no se olvidan, yo que sé.  Yo seguía haciéndolo y de hecho no te escuchaba. Miraba hacia la ventana y tu voz era un murmullo entre tanta ciudad. Pero bah, a quien iba a engañar, adoraba que tu grave voz alertara algo de mi vida. Como si yo fuese alguien a quien cuidar, a quien proteger, aunque fuera de algo como la nicotina.  Ahora cada vez que inhalo, inhalo tu humo. Cigarros de nostalgia. Por eso, cuando todo esto entre tú y yo acabó, pensé que no me hacían daño los cigarros, sino los recuerdos que se adentraban en ellos.  Al cabo de los meses dejé de fumar. Lo curioso fue que aprendí a vivir fumando para que tú me lo prohibieses. Las promesas son humo.