Ir al contenido principal

En la vía del tren.

Te fuiste. Ya no te veo por las calles mojadas llenas angustia. 
Te llevaste a mi sensibilidad en tu maleta, mi sonrisa en tu bolsillo, y mi alegría en tu chaqueta. Cogiste el tren hacia otro lugar. Un lugar sin un nosotros. Lo echaré de menos, créeme. 
La vida optó por coger un camino diferente por mi. Por ti, quién sabe. 
Quise acompañarte a la estación, cogiéndote de la mano. Sabía que te encantaba. Tu mano estaba tensa, nerviosa, fría. 
Te miré. No me devolvías la mirada. La tuya estaba demasiado perdida, y yo no la encontré. 
Mis pasos se daban con inseguridad, con nostalgia. Cada paso más significaba un segundo menos. En mi cabeza reinaba la niebla. Ningún pensamiento más. La niebla de aquél invierno frío en el que nos conocimos. 
Lamentablemente para mi, llegó la hora. Te giraste hacia mi. Soltaste mi mano y sentí un vacío. Ahora sí, tú y tu mirada sin fondo decidieron chocarse en la mía, provocando una colisión de lágrimas, ¿verdad? yo sí lo recuerdo. Recuerdo que el abrazo de despedida fue tan corto, y a la vez tan relativamente largo, que es una imagen borrosa en mi interior. 
Subiste al tren. En cinco largos segundos, te secabas las lágrimas con tu jersey de lana rojo oscuro. Tú siempre tan fuerte. Yo ni me molesté en limpiarlas, me sentía débil para hacerlo. 
Se cerró la maldita puerta. No es esperéis un: 'y fui corriendo detrás del tren, con pasión y lágrimas en los ojos, pero no llegué' y bla, bla, bla. Así son las películas ¿cierto?. 
Yo me giré. Y seguí caminando. Intenté disimular mis lágrimas a las personas desconocidas que caminaban allí, pero ya era tarde. Todo el mundo me miraba con pena, lástima. Humillante. Sentí que una parte de mi se había ido con aquél tren en dirección contraria hacia ningún sitio. 

Cinco meses más tarde. Volviste, sí, llegaste de nuevo. Rompiendo mis esquemas y mis emociones nuevamente. 
Te cruzaste conmigo. Tus ojeras de noches de fiesta se habían recalcado, y mis mismas ojeras de noches sin dormir se habían disimulado con tazas de café y maquillaje. Me dejaste ir. Y yo no quise volver al sitio de unión. 
Decidí quererme. Quererme como nunca me había querido antes, y finalmente, te dije: adiós.

Te fuiste.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ya no

Ya no tiene sentido escribir por las noches ni destapar una Heineken de madrugada, tampoco fumar por las tardes, ni sonreír por las mañanas. De qué me sirve escribir, si el único motivo y línea por línea  llevaban tu nombre, -y hasta todas tus huellas-. De qué consuela, beber cerveza cuando ya no hay compañías  que la hagan menos amarga. Dime de qué me sirve, inhalar un Malboro por las tardes, cuando ni siquiera te tengo  para hacerlo a mitades. Sonreír dices, y qué es eso si cada vez que te pienso  es un verso más, y un beso menos. La luz del túnel es tenue, pero no oscura. Y tengo ganas de salir del pozo en el que me metí yo solita al conocerte. O, al creer conocerte.

Grandes esperanzas

Como el cigarro después de follar y fallar. Como cuando me acaricias los tatuajes y me miras, queriendo entrar en todos mis rincones, en todas mis heridas, y en todos mis precipicios. Jamás nos curábamos juntos, pero nos destruiamos de la mano y dicen que el sufrimiento  -al igual que los vicios- compartidos se llevan mejor. Como cuando me desabrochas el sujetador conociendo todas mis costuras. Sonríes y haces que mi alma vibre, que mi aliento falte,  y que mi mirada te engulla. Como cuando me siento pájaro volando en tu pecho, en tu almohada y en tus sábanas, buscando siempre un pedacito de tu cielo. Como quererte un sábado por la noche, o un miércoles por la mañana. Como quererte  a secas, más que a mil lluvias.

La letra más bonita del abecedario

Hoy he encontrado tiempo para mi, como solías decirme que hiciera. Y adivina qué, estoy pensando en ti. Aquí solo huele a colillas  muertas en el cenicero. A café recién hecho y a tu perfume, -y ni siquiera has estado aquí-. Sé que te habrán escrito mil poemas, de noche o de día, recitados o guardados en cajones; pero aún así quiero que (me) leas. A susurros con voz dulce y suave, y que cuando termines, cierres los ojos. Que los aprietes tan fuerte, que puedas sentirme a tu lado cogiéndote la mano y sabiendo, que jamás estarás sola. Para ti, H : Como H ,  no suenas, ni explotas, ni cantas, ni te expresas. Como H , no ríes, no lloras, no te quejas. Como H , jamás sabremos que es lo que escondes. Bueno, ilusos. Todos menos yo. Te conozco y te conocía a la perfección. Esa manía tuya de querer sentirte libre, de querer escribir un libro y que te leyesen, que entrase